Quiero encerrarme en mi habitación,
meterme dentro de la cama
y, encogida como un feto,
cerrar los ojos y los días.
Quiero sentir el caudal
del llanto que anega la tierra,
el asombro apuñalado de los
huérfanos,
el silbido de proyectiles sobre los
vientres yermos,
el hambre, sentir el hambre de las
calles plenas de inmundicia.
Quiero, después,
con la luz mínima encendida,
escribir un poema que desgaje el
mundo,
conseguir la quiebra de los mercados,
el aliento necesario para subsistir.
Un poema que sea la cura
de la insolencia de los decrépitos,
que limpie
el meconio de los neonatos,
la pez de los barcos encallados,
el alquitrán de las calles en ruinas…
Quiero salir de mi habitación,
abrir puertas y ventanas,
respirar un amanecer sin química,
inundarme de sortilegios
y ver que la pesadilla solo era
el sueño de una niña asustada,
y que no hace falta que yo
escriba este poema.