Fue tu pecho amamantando
el que abrió el manantial
de los recuerdos de plata.
Crisol de fuego y hojarasca.
Se llenaba de luz
un continente primigenio
que estallaba en su boca
de seda sin estrenar.
No había mayor amor
que sus ojos cerrados
apretando los puños,
libándome la miel
que manaba a raudales
brava e impenitente.
Esa ternura desbocada
de mi dedo prisionero
en sus manitas de ángel.
Ese suspiro, esa derrota,
la dulzura al terminar
piel con piel y aire de beso.
Labios alrededor
de una fresa láctea
y el olor a vida
expandiéndose inmortal
en un tiempo sin dimensión
y un calor extranjero.