Fotografía: Amelia Díaz |
Yo me quejo
porque no me llamas,
porque no abarcas mi estrechez
y solo abunda en mi regazo
leche agria de ciruelas.Y me llamas para llorar
por el saltamontes muerto del jardín,
para avivar la luz
de los plomos fundidos
en mi estela cotidiana.
Invades las células
de mi risa clarodeluna
y me fagocitas
mientras los teléfonos
siguen sonando.
Después,
vuelves al refugio primigenio
del interior de las caracolas
y yo,
l e n t a m e n t e,
retomo el pulso de la hierba,
pago las monedas de oro
y, ya en pie,
vomito los céntimos.
Gracias, Amando :)
Esa leche de ciruelas, y la estrechez, y el regazo, y ese saltamontes, nena...
ResponderEliminarUn beso Ame, hermoso poema.
Soledad; uno mismo es la paga y el vuelto... Qué sensación tan cercana a mi alma, estar con el teléfono en mano escuchando otras caídas y sintiéndome como un techo (las personas cuando sólo quieren hablar se dirigen a los techos) al cual sólo le echan palabras en el oído, quizás para descargar.
ResponderEliminarY en tal caso ¿Quién es uno para andar pidiendo que abarquen nuestra estrechez?,
habrá que retomar el pulso de la hierba, lentamente.
Sublime poesía Amelia, tus versos cada vez están más cerca de lo cotidiano (pero no copiado, sino delicadamente sublimado). Me encanta tu poesía, tiene un tono maternal, hasta en sus sitios crudos.
Un enorme abrazo, gracias por compartir.
Hermoso poema, cuyas imágenes me envuelven y me melancolizan.
ResponderEliminarLa soledad qué difícil es de extirpar, sobre todo cuando tenemos que compartir el dolor de la leche de las ciruelas con la muerte de un saltamantes.