Podríamos no habernos conocido
y, sin embargo, me dueles
cada luto de noviembre.
Fondeas en mi sonrisa,
en el halo exiliado de la luna,
en ese dolor que me vive
y en el temor a los días
que ya no nos pertenecen.
Las tardes de domingo
son un ensayo de muerte.
Telaraña azabache
que cubre mi balcón.
Si bien hace tiempo que no comulgo con los templos o anti-templos pendiendo del calendario es inútil ignorar las raíces mías que me han enseñado a temerle al domingo, casi tanto como a la vejez repentina de los balcones...
ResponderEliminarSi, es un ensayo de muerte que ni siquiera deja en la boca ese gusto a cornisa (A esos adolescentes ignicéntricos a los que no les importa la cacofonía de sembrar primavera bajo la nieve),
domingo es territorio del "hubiera",
¿Y si yo no hubiera leído este poema un día domingo que en realidad ya es lunes?, no lo sé (pero me encanta haberlo hecho).
Un fuerte abrazo desde Argentina.
Lo que pudo no haber sido y fue... las lúgubres tardes de domingo...
ResponderEliminarUn abrazo.
Hay domingos así, dejan su huella de melancolía dentro y parece que sí, que ensayan un luto anticipado.
ResponderEliminarMe gusta, Amelia. Nuevamente me parece acertado el final.
Enhorabuena.
Besos.
Leo
Tardes de domingo ...que marasmo! pero que bien lo encajas en tu invernal poema.
ResponderEliminarbsoss.