Azul Mar Eterno

Asómate a mi mar.
Confunde su azul con el cielo.
Mar traquilo y sosegado.
Mar Eterno.

SE BAÑAN EN MI MAR

sábado, 6 de agosto de 2011

I Y II

I

La noche caía sobre el patio de los locos
donde todos los pijamas eran verdes
y las palabras no necesitaban
ser pronunciadas.


Había un zumbido en zigzag,
un gemido profundo
del otro lado de la luz,
una habitación sin colores
y un mundo ficticio
asomado al cristal.


Bastaban las manos para saber
de las líneas que ya no se escribirían
ni de los silencios
que me traerían su nombre
en las tardes de los árboles sin hojas,     


Nacemos frágiles y así morimos.

Máquinas que alargan el hálito,
panaceas irracionales
que ordenaban las jornadas,
desdibujadas y brumosas,
claudicadas a lo inseguro.

De pronto, era trascendental
dominar números necios:
la cantidad de orina diaria,
más que las últimas lluvias
de las primaveras tropicales.

Esos números, esas máquinas
hilaban la rutina necesaria
en la conmoción de los minutos
que escapaban atrás y adelante
en el recorrido imposible
entre el alba y el crepúsculo.

Era extraño viajar en la dimensión
de ese mundo dual
entre pretéritos y sueños.

Naufragamos en un desierto
de paredes encaladas y yermas,
mientras la certeza del miedo
se aferraba a las manos.

Y las manos hablaron
como hablan los niños,
con el lenguaje libre de las flores,
dejando deslizar las luces
oscurecidas  del hospital.



  II

Sus manos contaron memorias
de los niños sin padres
recluidos en las sombras
de un templo profanado
tras el exilio de los dioses.
Fueron tiempos oscuros
de paraísos mutilados
y de amapolas desangradas
en los campos cordobeses.

Noches de mareas
y de halos fantasmales
de madres que extraviaron
su aroma de leche y miel.
Tiempos que devinieron
en días nuevos y ajados
de huesos fosforescentes,
abandonados en los suburbios
de las necrópolis.

Malditas guerras cainitas
que cercenan las sonrisas
a las ramas abatidas
de los olivos originarios.



Hacía frío.
Tenías hambre.
Estabas solo.
Tenías hambre.
Sentías miedo.
Tenías hambre.
Dios no existía.
Tenías hambre.
Desheredado.
Tenías hambre.



Le escuchaba susurrar
las desventuras gélidas
de sus años tiernos
y toda mi piel gritaba
la injusticia,
la ironía
del hospicio al hospital.













6 comentarios:

  1. Doloroso y convincente poema, trae a la luz, aquello "de lo que no se habla" y cada palabra es una tecla que suena y pega en el sentimiento.

    Muy bueno Amelia.

    Clelia Bercovich

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  2. Has hecho bien, Ame, esa unión convence y llega, me parece muy logrado y me sigue gustando y estremeciendo con toda su fuerza y tristeza este verso:"Nacemos frágiles y así morimos."
    Como me gusta y me duele esa cantinela, esa anáfora "tenías hambre", a resaltar un período pasado tan presente en la memoria que se hace el hoy. En fin que me ha gustado mucho.
    Un abrazo fuerte, Ame, ya hablamos.
    Besos.
    Leo

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  3. Profunda resonancia embellecida con la fuerza de tu pasión de lo que fue la experiencia de tu padre...

    Un abrazo amiga.

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  4. Me ha dejado muy serio este poema.
    Duele como bien dice nuestro amigo más arriba.
    Un abrazo.

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  5. Una vez más, lloré contigo, por dentro y por fuera, con la fragilidad que dejan estas palabras grandes que evidencian la delgadez del hilo entre la vida y la muerte.
    Sí, morimos frágiles y nacemos frágiles.
    Nos enseñan desde pequeños a ser fuertes, y así nuestra partida se hace aún más dolorosa, y viste traje de derrota.
    Te quiero, preciosa.

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  6. Qué poesía tan bella y tan dolorosa a la vez.
    Leí desde el primer verso hasta el último sin siquiera bajar la mirada. Me atrapó.Me vuelve loco tu forma de escribir.
    Bravo!

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