Nuestros hijos son hermosos.
Crecieron entre queso y azúcar.
Estudian y juegan
a básquet y al ajedrez.
Son trigo dorado
entre campos de amapolas.
Brillan
en la apatía de las noches
y, luego,
nos los matan en una curva.
Vuestros hijos son hermosos.
No pesan ni veinte kilos
y las moscas
divagan por su piel.
Juegan al fútbol descalzos
y a la guerra
con munición real.
A esos hijos,
los matamos entre todos.
Triste pero cierto,
ResponderEliminarQue los niños jueguen
a las guerras con
munición de verdad
y ya durante tanto tiempo
es para caernos la
cara de vergüenza.
Gracias por remover
conciencias.
Besos
.
Tu poema nos pone de frente a dos mundos reales, dos vidas distintas, dos muertes absurdas.
ResponderEliminarLa pregunta es, qué hacemos apra evitarlo?
Un abrazo fuerte, querida Amelia.
Leo
Tremendo, Amelia: una hermosura y un golpe en los nuestros; una hermosura y otro golpe en los suyos. Gracias por recordármelo.
ResponderEliminarUn abrazo
He leído varias veces este poema y cada lectura duele mucho más y se queda latiendo en la sien. Me cuesta digerirlo porque, desgraciadamente, continúa siendo una crónica fiel de la realidad.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Maravilloso poema de belleza terrible.
ResponderEliminarDos tremendas realidades; de las dos, somos todos responsables.
Besos.
Leí tu poema también el el blog solidario.
ResponderEliminarMe encantó, hermana.
Un abrazo enorme.