MANUAL PARA ENTENDER LAS DISTANCIAS –
MARCELO DÍAZ
Un libro nace con la
armonía de un hijo. La vida siendo vida. Y, de alguna manera, vida permanente
ya.
Es un parto de autor,
autora, sin sexo. No hay género en la verdad, la que nos rodea, envuelve, penetra,
con su cúmulo de herencias a la vez, la engendradora.
Hoy, Amelia, nos
enseña su hijo que acaba de nacer. Tras la gestación inmedible de los años
vividos.
Será con orgullo del
bueno, el que deviene del trabajo, de la fe, de la búsqueda. De crecer en sí
misma para no ser sometida por cualquier cosa.
Será con honradez,
porque a la poesía que se hace desde las entrañas le cabe este honor y esta
luz.
Será con compromiso,
porque hay poetas, poesía, que solo saben decir lo que piensan y lo que sienten
porque es un mismo verbo que anida las palabras nunca corrompidas. Un
sentimiento y una palabra filtrados, nunca fruto de la incontinencia, porque la
verdad no es la brusquedad sino un aliento bruñido.
Todo ello posible,
imprescindiblemente, porque mira al Ser humano desde cada ser humano.
Y es posible porque no
se ha perdido por el posible, legítimo, pero algo cobarde, regodeo en lo
circunstancial o sesgado, sin la mirada que debe ser recta. Al fin y al cabo,
un esquivo de lo justo, lo debido. Un esquivo a la vida. Pecado que no comete
un poeta.
Y, aunque cupiera la
mejor estética, tendría la traición de hacerlo con la cabeza debajo del ala o
la omisión del deber irrenunciable de un poeta de mirar la vida y los que la
viven. Todos. Y hablar de ella y más que nadie pues nadie como el poeta tiene
esa esencia.
En Manual para entender las distancias,
Amelia nos habla de distancias diversas. Unas, muy personales. Otras, más
universales. Todas ellas íntimas y llenas de la explicitud que el lector
agradece. en ese humanismo son generalizables.
A veces, la idea
valiente, una poesía como pensamiento (Miguel Casado), está en todo el
contenido del poema. Otras, está, convergente y plural, en ese terreno
aparentemente corto, pero alma y sillar del metalenguaje poético, que son las
imágenes.
Aquella época caduca,
todavía practicada, de la cabellera de oro o los dientes de perlas, tiene hoy
otro hallazgo creativo y reflexivo. Patente cuando nos los descubre la mirada
aguda, la exigencia creativa, la posición intencionada y un intento más amplio,
más profundo y más comprometido de entrar, mostrar, acercar al ser humano el
ser humano.
Así, cabe un
pensamiento u otro. Incluso la ausencia de un pensamiento, que ya lo es en
forma de superficialidad y cobardía. Y yo diría que hasta crimen poético. Como
así está ocurriendo con tantos poetas y libros bien armados y, en su estética
buena pero huera, no son sino altares de humo y vacuidad, que no hacen sino
olvidar, negar al Ser humano, mirando a otros lados, dulces pero engañosos.
Tal vez es exigible
que todos estuviéramos apoyando y convergiendo en esa implantación del Hombre,
del Ser humano y en cualquier forma de arte que quepa esto en mayor o menor
grado. Pero, al poeta, porque su esencia es lo humano y su herramienta y
material es la palabra, con la que todos nos comunicamos, cabe exigirle el
máximo sin paliativos. Alguien debe representar y ser ese venero de brío puro e
intacto.
Amelia ejerce ese
dolor dulce, este compromiso irrenunciable, esta posición no exenta de
peligros. Pero tal vez no sabe ir por otro sitio. Esa torpeza que tanto nos
orienta a otros.
En Amelia encontramos
imágenes rotundas, nítidas y llenas de pensamiento y opción humanistas.
Compromiso humano.
En esas distancias de las
que nos hace su manual expresivo como un susto que acepta más que como una guía
que sería seguible solo por ella misma, una de esas distancias es la suya
propia.
Citas:
es el pulso de las estrellas
en los pastos de las regiones rubias
de los hombres sin espinas,
...
dioses de papel
yo, aquí, en el llano,
veo cómo te alzas
cubro de ramas mis pechos
para que aniden tus manos
hay una jaula de música vacía
buscando la senda antigua
de los tiempos imperfectos
premoniciones
del gesto cautivo de un jarrón
donde marchitan las rosas
las noches
duermen un sueño quimérico
en la lengua antigua de los peces
y el espigón
cierra triste
los ojos del verano
Y todo el crescendo
del poema XIX como una herida que revienta.
Otras veces, es la
generacional, el hilo inevitable de la biografía terrible en su secuencia
imparable que nos renueva individuo a individuo llenando la memoria de
comprimidos capítulos de sabiduría impuesta, pero todo bello en la cochura del
amor.
se cuela el viento que gime
con los sonidos antiguos
de todas las voces nuevas
que susurraron amor
Y todo el poema a su
madre que desalojó los fantasmas de todos
sus pasillos y ahora cuenta del diez al cero las nubes.
Las horas de navegar sin vela anclado a esa silla compañera con que nos habla de la discapacidad.
Otra distancia se hace
en el azar subyugante del amor que nos hiere y nos desaburre y nos comprime y
nos agranda. Nada como el amor para saber cuáles son nuestras dimensiones
móviles y desarropadas.
Y, cómo no, las
distancias entre las propias personas. las que duelen por tantos que quieren
ser solo ellos. Y los dolidos, que tantas veces, tantos millones van con su vida
perdida en el hambre, la guerra, el olvido, la ignorancia. Con la única vida
perdida.
se han perdido los niños en la arena
que amortaja el aceite de las piedras
nuestros hijos son trigo brillando
en la apatía de la noche
...
juegan al fútbol descalzos
y a la guerra
con munición real
Y todo el poema de
Somalia que nos levantará, al menos por un instante, de nuestro asiento y nos
pedirá hacer algo, a ver si antes de que menguando
en el llanto, no sea más que un charco en el pasillo.
Y ese dolor rebelde
con que nos advierte de que solo nos
queda apagar las hogueras y asfixiarnos con el humo de los rescoldos.
Confieso no solo mi
preferencia hacia la poesía y poetas que no callan esto, sino que lo dicen. Y
confieso, también, que detesto y me hiere la cobardía y la impostura de otros,
aunque solo fuera porque hacen una
opción que consiente tanta injusticia desde su silencio, desde su omisión o
mirando para otro lado.
Pero es que, también,
buena parte de esa poesía, de esos poetas, milita con muchas formas de acción e
inacción para que lo malo no cambie.
Y, finalmente,
reconocer en su libro, en este Manual
para entender las distancias, el esfuerzo, la depuración, la exigencia que
tanta falta hace después de esa tierra preparada, de ese sentimiento fértil. De
la gestación constante, de esa explosión expresiva que lleva al poeta a
escribir. Y la elección de los recursos literarios propios del metalenguaje
poético para que su voz no sea solo una exclamación, un grito, sino una tierra
más amplia, una sugerencia abierta y una posibilidad de que cada uno la
complete en su riqueza interior.
En ese orden se hace
la belleza. Especialmente la belleza de la poesía que hiere con azúcar, remueve
lo quieto asaltándolo con un golpe que luego te deja en paz y luz, que abre
pozos que todos tenemos y se queda en nosotros crecido ya en alimento
renovador.
Marcelo Díaz, diciembre 2011
Te deseo todo el éxito del mundo. Te lo mereces.
ResponderEliminarMe gustaría tenerlo. Cómo?
Abrazos. Soco
Hola, Amelia; cómo estas? Dónde puedo encontrar tu libro?
ResponderEliminarBesos
Amelia, deseo larga vida y éxito a tu hijo que acaba de nacer
ResponderEliminarFelicidades y Enhorabuena a su feliz mamá.
Un abrazo
Ángel-Isidro.
http://elblogdeunpoeta.blogspot.com/